La huida
El momento había llegado, eran ya las doce. Paul y Susan salieron los primeros de la casa y luego yo. Observé que había contenedores tirados, supongo que tirados por la gente desesperada en busca de comida. Tranquilo les mandé a mis hijos subir al coche, sabía que iba a ser un viaje muy peligroso.
El distrito estaba aparentemente vacío hasta que de pronto, tres personas nos pararon. Las tres personas iban encapuchadas y eso no me daba buena espina hasta que una prara confirmar mi sospecha sacó una pistola y apuntó la luna del carro.
Uno de ellos nos gritó:
-¡Darnos todas sus provisiones!-.
Desesperado grite a mis hijos:
-¡Agárrense!-.
Pisa lo más rápido el acelerador y en cuestión de minutos estábamos en la carretera central.
Había cientos y cientos de carros delante de nosotros, todos los conductores teníamos la misma intención: sobrevivir. Al poco tiempo un grupo de personas se acercaron al carro de delante y reventaron las puertas, llevándose toda la provisión posible.
A la desesperada cogí el volante y pisando el acelerador al máximo salimos despedidos colina abajo. Por suerte nos estrellamos con un árbol y eso evitó que nos fuéramos hacia el río.
Observé a mis hijos y les hice una seña para que se pongan la mochila y que salgan del carro. Una vez fuera ideé una barca con ramas y botellas; y nos dispusimos a cruzar el río.
Mientras cruzábamos el río se oían gritos en la carretera, cada uno más perturbador que el anterior. Para nuestra desgracia el río empezó a embravecerse y demoramos unos minutos.
Una vez en la otra orilla montamos una tienda, al mismo tiempo que pensaba que esto solo había hecho empezar.