Si por algo se caracterizaba el local era por sus amplios baños así que tenía que inspeccionar con mucho cuidado, más si cabe después de aquel extraño sonido. Con cuidado abrí la puerta del baño y observé el pasillo con los urinarios, donde no había nada.
Ahora solo me quedaban los cubículos, posiblemente lo que más miedo me daba. Todo me pareció normal hasta que al abrir uno, encontré a un hombre muerto, con grandes heridas.
De pronto sentí unas pisadas detrás de mí, ¡estaba muerto! Sin pensarlo me dí la vuelta pero no vi a nadie, sin embargo sentí un peso en la espalda que me hizo caer al suelo. Aterrorizado levanté la cabeza y quede mirando cara a cara a un infectado.
Velozmente cogí mi pistola y le disparé en la cabeza, matándolo en el acto. Para confirmar mis sospechas, la huída de las personas se debía a los infectados. Tenía que tener cuidado, por que cualquier herida que me puedan producir puede ser mortal, al poderme contagiar esa enfermedad.
Guardé la pistola en mi bolsillo y velozmente subí las escaleras al encuentro de mis hijos. Les hice una seña para que nos fuésemos del bar. Paul divisó un supermercado y nos sugirió que podíamos coger comida.
La mayoría de la tienda estaba sin productos, algo lógico ya que la gente también habrá cogido suministros para sobrevivir. Así que nos tuvimos que conformar con algunas botellas de agua y unas latas de atún.
Después de nuestra breve parada para comer, seguimos nuestro camino hasta que divisé una sombra de una persona en la ventana de una casa próxima. Por fin teníamos la oportunidad de poder hablar con otra persona desde la huída. Para asegurarme que no era una trampa tiré un ladrillo a la ventana y al romperse observé que se trataba de un peluche.
Tras esa gran desilusión, Susan nos señaló una furgoneta que estaba abierta y rápidamente la cogimos, esto nos iba a agilizar el trayecto a Dusseldorf. Tranquilamente empecé a conducir mientras mis hijos jugaban a cartas, pero algo empezó a vibrar debajo de mi mochila.
¡Era un celular (móvil)! Podía ser algo importante así que contesté a la llamada:
-Hola-. Dijo el desconocido.
-Hola-. Le respondí.
-Pensaba que me iba a contestar la alcaldesa… ¿quién es usted?-. Dijo el hombre con curiosidad.
-Soy Steve Watson-. Dije algo extrañado.
-Creo que me puedes ayudar…Veras soy un científico que tengo la cura a la enfermedad, me encantaría dártela para que ayudes a las personas, pero por motivos de seguridad no puedo. Así que busca a la alcaldesa de Dusseldorf y esta te dirá mi paradero-.
– Un momento…-. Pero se colgó la misteriosa llamada.
Como me imaginé había llamado de un número privado, así que no le podía preguntar nada. De tener la cura, los infectados no serían una gran amenaza. Deje el celular en el asiento y pisé el acelerador. Nuestra siguiente parada iba a ser Dusseldorf.