Robo en el museo nacional
Eran las tres de la tarde, y allí me encontraba, en la puerta del museo nacional de historia. Las piernas me temblaban, y recuerdo que los nervios al igual que cuando me infiltré en el barco del señor Cooper, se apoderaron de mi.
La noche anterior, me dediqué a repasar el plan que me había mandado Johan por mail; aun así, no me encontraba del todo seguro. Las dudas emergían mientras pasaban los segundos. ¿Y si éramos capturados por la policía? ¿Y si nos delataban las cámaras de seguridad?
Saqué el celular, y me puse a revisar el Facebook para bajar la tensión del momento, hasta que alguien grito mi nombre. Sí, era Johan, estaba detrás de mi. Socarronamente, me dijo:
-¡Veo que al final no te has acobardado! ¿eh?-.
-La verdad es que tengo un poco de miedo, pero… necesitamos esos códigos-.
– Ya me extrañaba que cambiases tan rápido… Bueno, supongo que te habrás estudiado el plan, pero por se acaso, he traído dos pistolas-.
-A… ¿qué las vamos a necesitar?-. Dije con extrañeza.
-Nunca se sabe. A lo mejor sí… o a lo mejor no-.
-Bueno, ¿entramos?-.
-Claro que sí, las damas primeros-. Las bromas de Johan suelen llegar en los momentos pocos oportunos, a diferencia de cuando recién lo conocí, ni me inmuté.
Al entrar, vimos como había una gran cola de gente esperando para poder comprar su entrada. Sin exagerar, creo que había unas 80 personas delante nuestra. Parece que íbamos a contar con cierta ventaja, al haber tantos visitantes, quizá nos podía resultar mas fácil pasar desapercibido.
Recuerdo como pasaba el tiempo, y no habíamos logrado adquirir las entradas. Desesperado, le dije a Johan:
-¿Tú sabías que íbamos a esperar tanto?-.
-Bueno, teniendo en cuenta que hoy es el día de descuento de la semana, que han abierto una nueva exposición en la tercera planta… era predecible-. Me respondió en tono sabiondo.
-¿¡Y por qué no me lo dijiste!?-.
-Sabía que si te lo decía no ibas a querer venir-.
-¡Ay que ver cómo me conoces!-.
-La verdad… es que yo también me sorprendo-.
Al fin llegó nuestro turno. La mujer que atendía nos dijo:
-¿Dos entradas caballeros?-.
-Si, ¿cuánto cuestan?-.
-Por ser hoy, día de descuento de la semana, les costará las dos entradas 30 dólares-.
En ese momento, me dí la vuelta para decirle a Johan el precio, pero se encontraba leyendo unos folletos, o mejor dicho… haciéndose que leía unos folletos. A mi pesar, tuve que pagar las dos entradas. Lo más curioso, es que recuerdo que esa artimaña ya me la había hecho varias veces.
Con las entradas en la mano, pudimos acceder a la parte de las exposiciones. El museo era realmente grande, y contaba con 10 plantas. Nuestro objetivo se localizaba en el último piso. Me iba a disponer a entrar a la primera exposición, pero Johan me agarró del brazo y me susurró al oído:
-Vamos directamente al baño del tercer piso. Hay que esperar allí para robar los uniformes de dos empleados, ¿recuerdas?-.
-Sí, tienes razón-.
Sin correr, pero sin ir muy lento, nos dirigimos al tercer piso. Por lo que pude ver en los pasillos, el museo era sencillamente enorme. Las salas con exposiciones abundaban por todos los lados, igual que los turistas que hablaban en distintas lenguas comentando lo que veían.
Después de unos diez minutos, llegamos por fin al tercer piso. Johan me señaló los baños, y rápidamente entramos a ellos. Al llegar, Johan me pasó una pistola, y me hizo un ademán para que la escondiese. Nos sentamos encima de unos lavabos esperando que algún empleado apareciese, ¡teníamos que conseguir sus vestimentas!
Puedo recordar como pasaban las horas, y lo único que entraban eran visitantes, hasta que… ¡bingo! Habían entrado dos guardias. Johan no perdió el tiempo, me hizo una seña, comprendí lo que me quería decir, y apuntamos con nuestras pistolas a ambos trabajadores.
Johan les hizo una seña para que vayan a la esquina del baño, y sin pestañear, le hicieron caso. Estaban realmente asustados. Desesperados, gritaron:
-¿¡Qué demonios quieren!?-. Por un momento me apiadé de ellos, pero me tuve que poner fuerte, no podía hacer tonterías en un momento tan crucial.
-Sus vestimentas-. Respondí yo con la voz entrecortada.
Se desvistieron raudamente, y nos tiraron sus prendas. Johan no les dejó de apuntar, y les susurro:
-Como supongo que no quieren que les matemos, tomen esto lo más rápido posible-.
Les tiró a cada uno unas pastillas y se las tragaron en el acto. A los tres segundos, se habían desmayado. Sin perder tiempo los cargó a hombros, y los encerró en un cubículo del baño. No podíamos dejar evidencias.
Impresionado, le dije a Johan:
-No sabía que lo ibas a hacer tan bien-.
-Es lo que tiene haber sido policía. Así tenía que lidiar con muchos sospechosos para obtener información-.
Sin perder mas tiempo, nos pusimos los uniformes de los guardias a toda prisa, y salimos del baño. Debe reconocer, que por una parte, me sentía muy incómodo llevando el uniforme. Igual la palabra no era incomodidad, sino culpabilidad.
Pasaron unos minutos, y vimos a nuestro primer objetivo: un guardia. Johan me lo señaló rápidamente, y me espetó:
-¡Vamos, hay que hablarle!
Nos acercamos dando grande zancadas, y Johan fue el que habló:
-Perdone amigo, somos nuevos trabajadores y quisiéramos saber dónde se encuentra la sala de vigilancia. Como se podrá dar cuenta por nuestra vestimenta, puede suponer que somos guardias-.
-Espere… ¿me podría decir cómo se llaman?-. El guardia estaba dudando.
-¿¡Es que desconfía de nosotros?!-.
-No, no… la sala está al lado de los baños del segundo piso-.
-Bien, gracias-. Johan lo había hecho realmente fenomenal.
Nos largamos de la zona lo más rápido posible, y en cuestión de minutos, estábamos donde nos había indicado el guardia. Johan se acercó a mi oído, y me susurró:
-Sígueme el juego Steve, no metas la pata-.
-De acuerdo-.
Inmediatamente, tocó la puerta y al instante la abrió un señor de estatura baja y de lentes.
Johan quería hablar de nuevo, pero me anticipé a sus planes, y dije:
-Vera señor, somos nuevos en el museo, y justo ahora el responsable de esta planta, nos ha dicho que le sustituyamos por lo que queda de día. Vamos, que tiene día libre-.
El señor se quedó mirándome por unos segundos, y empecé a tener serias dudas si lo que había dicho le había convencido. Se tocó la nariz, y respondió con una sonrisa de oreja a oreja:
.¡Perfecto, muchas gracias!-.
El hombrecillo recogió su saco de la silla y se fue raudamente. Sonreí sin poder evitarlo, y miré a Johan. Todo estaba yendo como lo habíamos planeado.
Levanté la mirada, y contemplé varias pantallas con imágenes de todo el museo. Cada monitor correspondía a una cámara. Johan se sentó lo más rápido que pudo, y empezó a escribir algo en una computadora que se situaba en medio de la sala.
Recuerdo que los nervios volvieron a mí, había pasado una media hora, y Johan se encontraba sin decir ni una sola palabra. Me estaba planteando interrumpirle, pero él, bufó repentinamente y me dijo:
– Steve, tenemos un problema-. Mi cuerpo se quedó en tensión, no era capaz de asimilar lo que acababa de oír. Empecé a pensar que todo había acabado. Johan prosiguió:
– No encuentro la fórmula de desactivar las cámaras definitivamente, sólo las puedo quitar durante unos 30 minutos. Y lo que más me preocupa… no sé cómo se pueden eliminar las alarmas de seguridad-.
-¿Estamos perdidos, entonces?-. Dije con voz queda.
– Se me ocurre algo, pero hay que hacerlo ya. A la cuenta de tres, desactivo las cámaras temporalmente y salimos corriendo. Una, dos y… ¡tres!-.
Johan se levantó de la silla de un brinco, y salió a la carrera. Yo le seguí. La gente nos miraba estupefacta mientras subíamos los pisos del museo, ¡teníamos que llegar hasta la décima planta! Al cabo de unos minutos, alcanzamos nuestro objetivo. Teníamos lo que tanto estábamos buscando delante de nuestras narices.
La tabla con los signos, se encontraba en perfecto estado en una vitrina bastante resistente por su aspecto. Johan me hizo una seña, y sacó la pistola que tenía en su bolsillo. Tras varios disparos, logró hacerla añicos y cogió la piedra lo más rápido que pudo.
Al segundo siguiente, se escuchó un disparo que provenía desde la entrada de la sala. Nos dimos la vuelta, y ahí nos estaban esperando: nos habían seguido varios vigilantes. Simplemente, nos habían capturado. Ahora que pienso, después de correr por un museo, era un poco obvio que levantásemos sospechas.
Un hombre de cabello rubio y bastante alto, me sujetó y me puso unas esposas. A la vez, ví con el rabillo del ojo como Johan ponía resistencia, y se llevaba varios golpes. En unos minutos, vino la policía y nos llevó en un furgón. El policía que conducía se dio la vuelta, y miró a Johan con una sonrisa. Acto seguido, dijo unas palabras que me dejaron helado:
-Ha salido bien el plan, ¿verdad?-.