Sucesos encadenados
Johan y yo, nos quedamos en silencio. Nuestros cerebros aún tenían que procesar lo que acabábamos de ver en la televisión; la navegación por costas cubanas había sido prohibida. Y no fue lo más importante ese hecho en sí, sino que supimos que significaba: debían de estar buscando la Atlántida, o aún peor… ya la habían encontrado.
Recuerdo la intensa angustia que sentí en ese momento; esos tipos eran capaces de todo, y eran en gran parte, los causantes de mis pesadillas habituales. Sabía que no tenían escrúpulos a la hora de realizar sus macabros planes; muestra de ello, fue la escasez de agua que azotó Europa unos años atrás. Y sobre todo… la aparición de un virus, capaz de transformar a las personas en seres irracionales y deformes.
El silencio duró unos minutos, cada uno se encontraba mirando al suelo. Sospecho, que no sabíamos que decir. Para nuestros adentros, reconocíamos que sólo nos quedaba volver a la acción. Johan no pudo más, y susurró:
-Odio lo que te voy a decir Steve, pero creo que lo correcto va a ser actuar. Habrá que ponerse en contacto con el científico que nos ayudó la última vez. Ha pasado tiempo desde nuestra última “aventura”, necesitamos algo de ayuda para esto-. Después de decirme lo que pensaba, se pasó las manos por la cabeza.
-No me gusta admitirlo, pero creo… que va a ser peor que la vez anterior. Recuerda Johan, el señor Cooper era sólo un mandado, estos son más peligrosos. De acuerdo, hay que actuar lo más rápido posible-. Nada más decir esas palabras, un nudo se formó en mi garganta. Era consciente de lo que acababa de decir.
De pronto, algo hizo un ruido repentino. Era el teléfono de Johan. Lo miró rápidamente, y lo metió con gesto serio en su bolsillo. Me miró, y me dijo:
-Mañana en el aeropuerto a las 10 de la noche. Nos estarán esperando-.
Entendí que había sido el científico, la acción estaba a la vuelta de la esquina. Sólo pude responder a Johan, con un escueto “okey”. Me arreglé el cuello de la camisa, abrí la puerta de su casa y llamé un taxi. Iba a ser la última noche en mi casa.
Al abrir la puerta de mi casa, recuerdo que me sentí muy triste. Lo habían vuelto a hacer, y yo iba a estar involucrado otra vez en ello. Las piernas me dolían, era de noche, y me dejé caer en el sofá. Puse el reloj despertador, y me tapé con una manta hasta la cintura. Apagué la luz, pero por más que trataba de encontrarme con Morfeo, me resultaba totalmente imposible.
Iba cambiando de posición para intentar dormirme, pero no me funcionaba. Con toda la tranquilidad del mundo, saqué mi teléfono, y puse algo de música. Ese tipo de música que me gusta, en inglés y que sean tranquilas. Mientras escuchaba las melodías, una especie de “flashback” pasaba por mi cabeza. Me visualizaba cuando recién acababa de entrar al colegio, cuando me enamoré de una chica en un baile, cuando me fui de la casa de mis padres… Y al cabo de un tiempo, me quedé dormido.
Al día siguiente, las cosas fueron realmente lentas. Por la mañana, aproveché el poco tiempo libre que iba a tener, e hice una llamada a mi hija: Susan. Paul se encontraba en un viaje de estudios, e iba a ser imposible que me contestase. Aún tengo en la memoria, la angustia que sentí al marcar el número de Susan. Tardó en contestar un poco, pero al cabo de unos minutos… Susan cogió su celular:
-Hola papá, no esperaba que me llamases ahora. Sabes que estoy de exámenes finales, ¿no?-.
-Lo sé, hija mía. Pero creo… que puede ser la última vez que vayamos a hablar. ¿Recuerdas a los tipos que nos persiguieron la última vez? Esas personas, que causaron un auténtico caos con un virus creado por ellos. Ellos…han vuelto. Y Johan y yo, vamos a volver a tratar de interponernos a sus planes-. Me quedé en silencio, no podía seguir hablando.
Empecé a escuchar los sollozos de Susan, se me partía el alma. Pasaban los minutos, y Susan no dejaba de llorar. Para mi sorpresa, me respondió:
-Si me quieres, no te vayas-. Dijo de manera escueta.
La llamada se cortó. No soporté la situación, y me quedé llorando hecho un ovillo en el sofá. Al rato, me quedé dormido entre lágrimas.
Un ruido me despertó, era Johan, me estaba llamando. ¡Eran las 5 de la tarde! Sólo en cinco horas, iba a volver a embarcarme en otra aventura… en la que no sabía si iba a salir con vida. Me duché, preparé la maleta con lo necesario, y me dirigí a la cocina para cenar. Calenté una pizza que tenía guardada en la nevera, y la comí mientras veía el atardecer. Me fijé en la ciudad. ¿Quién sería capaz de adivinarlo? Podía ser la última vez que vería el atardecer en la ciudad en la que vivía.
Pasaron las horas restantes bastante lentas, y dieron por fin las nueve de la noche. Llamé un taxi, y me dirigí a la calle con tristeza. El taxista vino relativamente pronto, y en media hora, estaba en el aeropuerto.
Al entrar, busqué con la mirada a Johan, pero con tantas personas, me iba a resultar imposible divisarlo. Y en cierta manera, tuve razón, ya que el que me divisó fue él. Alguien tocó mi hombro, me dí la vuelta, y vi a Johan delante de mí. Me miró fijamente unos pocos segundos, y soltó:
-Steve, el juego ha empezado…otra vez-.