Es un amanecer como cualquier otro, como cualquier día, respecto a los 365 días del año. Te desperezas como puedes, reniegas por despertarte temprano -maldices la rutina, te sientes como un engranaje en un sistema-, te lavas la cara con dejadez, tomas el desayuno de manera rauda, y pasas a vestirte. Ahí estás, solo tú delante del espejo, tratando de poner buena cara, y sacando ánimos de donde no hay, para afrontar otro día más. ¿De verdad soy así? ¿Por qué?
Antes de empezar la labor, ya estás deseando volver a casa. Volver antes de ir, ¿paradójico, no? Vuelves, comes la comida, y empiezas a pensar; ¿qué comida más rica podría estar comiendo si dispusiese de tiempo? La cuestión, es que no tienes nunca tiempo.Notas que esto último no tiene sentido. Tu situación se asemeja a la del mercado laboral, piden experiencia, pero no hay trabajo.
Sigues con la rutina, hasta el atardecer. Vuelves exhausto, y sientes que el cuerpo tiene peso por sí solo. Tratas de olvidar todo lo sucedido con una ducha, y unas horas delante de algún monitor. Llega la cena; vuelves a comer, y tratas de estar alegre. Sigues sin conseguirlo, crees que el mañana será mejor.
Te quedan pocas horas para hacer algo útil, y tú lo sabes. Sigues matando el tiempo, no inviertes tu rato libre en algo productivo, no tienes ganas. Bueno, por lo menos dormiré mas que ayer, te dices a ti mismo. Vas a la cama, sacas el smartphone pertinente, y ves que tienes miles de whatsapps. Pasa el tiempo, y te das cuenta de que es tarde; otra vez más, has fallado. «Mañana será un nuevo día», piensas. Apagas la luz, te cubres con la sábana, y te entregas a Morfeo.