Un día como otro
Un día como otro veía las noticias con mi familia mientras comíamos unas pizzas en la cocina ¡A por cierto, me he olvidado presentarme!, soy un padre soltero llamado Steve que vivo en Berlín con mis dos tesoros: Susan y Paul. Susan es una chiquilla de 10 años, pelirroja y algo tímida. Por el contrario, mi hijo Paul tiene pelo negro, es muy alegre, tiene 9 años y es bastante revoltoso.
Todo iba normal, charlábamos sobre las noticias de la televisión y del colegio. Luego nos fuimos a lavar los dientes y acto seguido los mandé a dormir, pero lo que paso a partir de aquí, se salió brutalmente de la rutina. Empezó el comienzo de mis actuales pesadillas.
Mi teléfono sonó y vi que era un mensaje de Thomas, mi mejor amigo. Este decía:
-¡Corre, pon el canal 17 en la televisión!-.
Rápidamente bajé de la cama, corrí hacia el salón y puse el canal 17. Lo que salió, fue un periodista que decía lo siguiente:
-Ciudadanos debo informarles que según los economistas se avecina un gran colapso económico en el país; y eso no es todo, según dicen los expertos, el agua en Alemania está en sus últimos días. Varios presidentes de países importantes han considerado dejar sin agua a gran parte de la población europea, en son de no extinguir este preciado recurso natural-.
No me lo podía creer, la única alternativa era huir del país hacia otras tierras. Susan y Paul les quedaba mucho por vivir, y no podía dejarles sin futuro. ¿Qué clase de padre sería?
Desesperado, encendí mi ordenador y me informé sobre estos hechos. La explicación según varias fuentes de Internet, era la crisis mundial y la conocida escasez de agua potable. En cierto modo estas fuentes tenían su lógica, pero era raro que se tomen estas medidas.
Después de esto, me dormí en el sofa. Curiosamente, la única zona que estaba libre de este fenómeno era Estados Unidos y las poblaciones cerca al Amazonas. La única opción era llegar al cabo Raso para coger un barco hacia América, eso si, tendría que ser uno de los primeros en llegar, porque con ese colapso económico las empresas de transporte no tardarían en cerrar.
A la mañana siguiente, mis hijos se fueron al colegio y ahí aproveché para preparar el equipaje para la huida. Me dirigí a la habitación de mis retoños, y puse algunas de sus camisetas, ropa interior y unos pantalones en mi mochila.
Mientras estaba poniendo sus camisetas en mi mochila, me acordé de que ellos no sabían nada de lo que pasaba, y me estaba empezando a preocupar de lo que iban a sentir. Desprenderse de la forma en la que vives, nunca es tarea fácil. Sabía que Paul lo aceptaría, pero Susan estaba convencido de que no.
Después me dirigí a mi habitación. La observé atento, sabiendo que posiblemente era la última vez que estaría en ella. Con pocas fuerzas, cogí mi ropa y la metí en mi mochila de mala gana. ¡Casi se me había olvidado! Era importante coger el GPS y una navaja.
Solo me faltaba la comida. Corriendo me dirigí hacia mi coche, metí la mochila y conduje hacia el supermercado. Eran la una de la tarde y por increíble que parezca, el recinto estaba vacío.
Casi sin querer, hice la compra en menos de cinco minutos, supongo que era por mi estado de ánimo. No estaba mal, había comprado suficientes enlatados, para que nos duren por lo menos 1 semana. Además, me hice con un botiquín de primeros auxilios. Era imprescindible para mi futura odisea.
Todo lo metí como pude en mi mochila y empecé a conducir hacia el colegio de mis hijos. Como lo había pensado, toda la gente se dirigía al supermercado y el tráfico era insoportable. Sabía que era un buen momento para ponerme algo de música antes de que nuestra particular travesía empezara, así que puse la canción «The night we met». Siempre la escuchaba en momentos difíciles, me recordaba a mi niñez.
Al llegar al colegio, mis hijos corrieron hacia el coche y se pusieron rápidamente en sus asientos. Paul no aguantó y me dijo:
-Papá… ¿qué está pasando?-.
-Hay cosas que quiero que no sepas, no es por no decirte lo que pasa, sino
por no preocuparte-.
– Pero papá… en el colegio nos han dicho que hay que irnos de la ciudad, y que alertemos a nuestros familiares, ¿tienes algún plan para abandonar Berlin?-. La mirada de Paul me conmovió.
-Este es el plan: esta noche salimos, nos dirigiremos hacia Hannover y a partir de ahí, que la suerte nos acompañe. Hay que salir no solo de la ciudad, sino del país. Tengo pensado todo, pero no les quiero preocupar desde ahora-.
Al instante, me di cuenta de que Susan se estaba aguantando llorar. Recuerdo que me puse en su lugar, y sinceramente, la más profunda tristeza me invadió. Teníamos que irnos de Berlin, no había opción. Aún con esa adversa situación, tuve algo claro: todo iba a salir bien.