Capítulo 16, Steve Watson- Versión Extendida

Navegando con cautela

Ya había pasado una hora desde que me metí en el contenedor. Por muy increíble que pareciese, este no paraba de moverse. Entre ruido y más ruido, algo me sacó de mis pensamientos.  Alguien empezó a hablar:
-¡Señor Cooper, dejo la carga!-.
-Me parece buena idea-.
De pronto, noté como el contenedor dejó de moverse, ¡tenía que estar en el barco!

Mi deber era hacerme con una muestra del virus, costase lo que costase. En ese punto había arriesgado mi vida tantas veces, que robar un virus protegido por unos locos, me resultaba indiferente.

Poco a poco, empecé a ir saliendo del contenedor, asegurándome de que no hubiese nadie. Bajo ninguna circunstancia me podía permitir ser descubierto.

Recuerdo, que noté que mis piernas estaban algo temblorosas al pisar el barco. Con un poco más de tranquilidad, empecé a observar la habitación en la que estaba, y descubrí que había alguien que estaba sentado.

No es que hubiera mucha luz, pero supuse que estaba de espaldas a mí. Rápidamente, cogí la navaja y sin hacer mucho ruido, me fui acercando, hasta clavársela en el cuello.

Algo que aprendí en aquella larga odisea, era la importancia que tenía inspeccionar los cadáveres. Nunca se sabe cuando tu víctima tiene algo interesante en su chaqueta.

Con cuidado, le quité la chaqueta, y la inspeccioné un poco. Al principio no encontré nada, hasta que de un bolsillo cayó algo al suelo. Era una hoja. Concretamente se trataba de un plano.

Al cogerlo, vi que se trataba de un plano del barco. Este, estaba muy bien representado. Todas las habitaciones tenían un nombre, hasta que un punto rojo, me llamó la atención.

Me acerqué el mapa a la cara, y vi que el punto ponía “señor Cooper”. Ya sabía hacia donde tenía que dirigirme. Antes de marcharme de la habitación, guardé el plano en mi bolsillo, y cogí una pequeña pistola que estaba tirada por el suelo.

Cuando salí de la habitación, me di cuenta por un cartel, de que estaba en la proa. Según el plano, justo delante de mí tenía dos puertas. Caminé un poco, y en efecto, el plano estaba en lo cierto.

Tras revisar el plano, me percaté de que las dos puertas llevaban al mismo sitio. Así que instintivamente cogí la de la derecha. Con calma, abrí la puerta, y observé que tenía delante de mi un pasillo muy largo.

Me repetía a mi mismo que debía mantener la calma, pero el hecho de que hubiese muchas puertas, no me ayudaba. Al principio tuve suerte, no escuchaba ningún ruido. Pero como era de esperar, empecé a escuchar pasos.

Sin pensarlo, abrí la puerta que más cerca tenía. Caí en cuenta de que acababa de entrar en un comedor. Desesperado, empecé a mirar algún sitio para esconderme. Tardé un poco, pero decidí que esconderme debajo de las mesas sería buena idea. Los manteles que estas tenían encima serían de gran ayuda.

Los pasos se empezaron a alejar, pero algo ocurrió que se salió de mi planes. Oí como la puerta del comedor se abría. Levanté el mantel sigilosamente, y pude ver como el señor Cooper se sentaba en la mesa que tenía al lado. Un hombre le acompañaba.

Sin pensarlo dos veces, bajé el mantel lo más rápido posible. ¡No me podía creer lo que estaba sucediendo! Tenía ganas de dispararle, pero no era precisamente la ocasión. Había una persona más en el comedor, y hubiese sido un blanco fácil.

Recobrando un poco la tranquilidad, levanté lo menos que pude el mantel, y me puse a observar lo que pasaba. Por lo visto, el señor Cooper estaba entablando una conversación con otro señor que llevaba una especie de chaqueta de color blanco. Empecé a poner atención, y logré escuchar lo que el señor Cooper decía:
-¿Y bien, qué me quieres decir?-.
-Verás…-.
Sin previo aviso, el señor de blanco sacó una pistola, y apuntó al señor Cooper.

Aunque no estaba lo bastante cerca, me imaginé la cara de sorpresa que puso el señor Cooper ante aquella situación. Con voz temblorosa, dijo:
-Rodríguez… ¿por qué?-.
-Tenemos unas cuentas pendientes, ¿no se acuerda?-.
-No me refería a eso, digo, que por qué… ¿¡eres tan ingenuo?!-.
Al instante, escuché que se abría la puerta. Eran refuerzos del señor Cooper.

Lo que ocurrió a continuación, fue muy rápido. Múltiples disparos se escucharon; y pude ver como el señor Rodríguez era acribillado. Además, el señor Cooper se cayó de su silla. Fue muy confuso.

Sin querer, me contagié de la ira,y saqué mi pistola por debajo del mantel. Por un momento quise rectificar, pero ya había apretado el gatillo. La bala pasó rozando al señor Cooper , y terminó rompiendo un pequeño jarrón.

La habitación se quedó en el silencio más absoluto. Poco a poco, el señor Cooper se fue levantando. Y cuando logró recobrar la postura, chilló:
-¡Imbéciles! ¿Quién de ustedes ha sido?-.
Los hombres rápidamente replicaron:
-No, nosotros no hemos sido-.
El señor Cooper movía de un lado al otro su cabeza, no daba crédito a lo que sus guardaespaldas.
Algo pensativo, dijo:
-¿Entonces están insinuando de que hay alguien más en esta sala?-.
Noté como se me hacía un nudo en la garganta, estaba muerto.
-Bien, entonces… ¿nos ponemos a buscar para ver si hay alguien?-. Propuso uno.
-No, no lo hagan. Ahora mismo, no tenemos munición, y yo no estoy en un estado ideal para tener otro tiroteo más. Pero no se preocupen, si hay alguien, me aseguraré de que no salga vivo-. El señor Cooper y sus guardaespaldas abandonaron el comedor.

Pensé que me había conseguido librar, lo pensé por un momento. Para mi desgracia, lo que empezaron a decir por los altavoces del barco en ese momento, me dejó sin aliento.

«Queridos pasajeros, creemos que tenemos un infiltrado en el barco. A partir de este momento, queda prohibido que salgan de sus camarotes. En 5 minutos, empezamos con la búsqueda. Desde la administración, esperamos que esta decisión no sea de su inconveniente. Esperamos que siga disfrutando del viaje».

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