Con la miel en los labios
Algo me despertó, más concretamente un calor en la cara. Sin poder evitarlo, abrí mis ojos, y me di cuenta de que el calor que había sentido no era más que unos rayos de sol que habían entrado a través de la ventana del camarote.
Poco a poco me desperecé. Me puse en pie, y me toqué las heridas. Estas, para mi desgracia me seguían doliendo bastante. En especial la del brazo, aquella bala me había hecho mucho daño . Me arrepentí bastante de haber pasado la noche en la habitación, pero con la pierna mal no podía perseguir al señor Cooper.
Sin perder más tiempo, cogí la mochila del suelo y me la puse en la espalda. Me aseguré de recargar la pistola, y me dirigí con decisión a la puerta.
Empecé a abrir la puerta con cuidado, pero de pronto, el barco se paró en seco, cayéndome al suelo. Con bastante claridad, los altavoces del barco emitieron el siguiente mensaje:
«Por favor queridos pasajeros, les rogamos que desembarquen lo más rápido posible. Una vez que hayan desembarcado nos encargaremos del infiltrado«.
¡Se estaba escapando otra vez de mí! El señor Cooper iba a huir, y me seguiría quedando sin la cura. Eso me hizo pensar que no podía perder ni un segundo más. Abrí de golpe la puerta de la habitación, y salí corriendo por el pasillo. Para mi suerte, todos los pasajeros estaban por los pasillos del barco con sus equipajes. Eso me iba a ayudar a no llamar mucho la atención.
Como loco, seguí con mi carrera hasta llegar a la popa; sin duda era el lugar menos vigilado de la embarcación. Y en efecto, no tuve ningún problema estando allí.
Desde la popa, divisé como el señor Cooper ya había bajado del barco. Estaba saliendo del puerto. Dudé en lo que iba hacer, pero me arriesgué. Me tiré al agua, y nadé con todas mis fuerzas hacia el puerto. Mis piernas me dolían, pero eso era lo de menos.
Tras unos minutos, llegué a lo que parecía una pequeña pasarela de madera. Salí del agua, y vi un letrero que tenía muy cerca; ¡estaba en Oporto! Bajé la mirada, y divisé a lo lejos al señor Cooper.
Como un loco, empecé a correr por todo el puerto , hasta estar bastante cerca de mi objetivo. Iba a seguir corriendo, pero observé como el señor Cooper y otros siete hombres más, se habían quedado hablando con un señor que yo desconocía por completo.
La opción de hacerle frente quedó descartada. Me superaban claramente en número. Lo que si hice, fue escuchar la conversación. Me escondí detrás de un vehículo, y empecé a prestar atención a lo que decían:
-Ahora que nos hemos librado del infiltrado de una vez por todas, vamos a coger el avión a México. Aunque sobreviva al barco, no creo que nos encuentre-.
– Disculpe señor Cooper, ¿me puede decir como vamos a meter un virus así, en el avión sin que se den cuenta?-.
-No te preocupes John, tengo mis contactos-.
Después de aquella interesante charla, vinieron unos taxis, y los recogieron rumbo al aeropuerto. Empecé a pensar que definitivamente se me iban a escapar, pero había hecho una promesa con el científico, y la tenía que cumplir.