Llegando a tierra
Después de varias horas de viaje, ya habíamos llegado a tierra. Por fin ya estábamos en tierras mexicanas. Las últimas horas del viaje se me habían hecho eternas, ya que Johan se había encargado de despertarme. Por lo menos, aproveché para escuchar algo de música de Martin Garrix, mi dj favorito.
En eso, fuimos avisados de que íbamos a aterrizar.
Al instante, Johan se me acercó y me dijo:
-Coge tu mochila Steve, ya hemos llegado-.
-Ya voy-. Contesté yo, algo cansado.
Me levanté del asiento, y cogí mis pertenencias. Mejor dicho, mi pertenencia; ya que solo llevaba una pequeña mochila. La mochila que me acompañó en mi particular travesía.
Mientras caminaba por el pasillo del avión, pude ver como había personas gravemente heridas tumbadas en los asientos. Algunos, manchados de bastante sangre. Por suerte, la ambulancia estaba en la pista de aterrizaje; preparada para sacar a los heridos.
Una vez en tierra, pude ver como muchas personas de todas las edades eran sacadas en camillas del avión. Unas más heridas que otras. Pude distinguir a niños, ancianos, hasta al mismo señor Cooper.
Como por arte de magia, se me empezó a pasar por la cabeza las situaciones de peligro que acababa de tener en el viaje. Comencé a tratar de recordar los detalles de la odisea; pero una voz estridente me volvió a la realidad.
Giré mi cabeza, y escuché que Johan me gritaba:
-¡Steve, ven!-.
Por un momento, no supe de dónde venía su voz; hasta que lo vi entre un grupo de gente alrededor de una camilla.
Corriendo, me acerqué a la camilla, y vi que el que estaba en estaba en esta, era el difunto señor Cooper. A los pocos segundos, Johan me agarró del brazo, y me apartó del grupo de gente.
Como un loco, me dijo:
-¿¡Has visto su mano?!, la tenía cerrada; como si tuviese algo-.
-¡Es el plan!-.Grité yo.
Corriendo, fui directamente a la camilla.
Para mi sorpresa, había más gente alrededor de esta. Dudé en lo que iba a hacer, pero no me detuve. Con todo el valor del mundo, abrí la mano del difunto señor Cooper delante de la confundida gente. Varias personas me gritaron, pero hice caso omiso.
Cogí un trozo de papel de su mano, y me fui lo mas rápido posible. Muchas personas se me quedaron mirando, pero sin inmutarme me dirigí hasta donde estaba Johan.
Muy contento, le mostré la hoja y exclamé:
-Ya la tengo-.
-Genial, muéstremela-.
Estiré la hoja, le di la vuelta, y se la mostré.
-¿¡Estarás de broma no?!-.
La pregunta de Johan me inquietó un poco, ya que no supe a que se refería.
-¡Dale la vuelta!-. Me gritó.
Al verla con atención, vi que solo había unas manchas de tinta.
-Creo que no es esta Steve-.
-No lo sé. Pero sigo creyendo que es esta-. Le contradije.
-Tengo la sensación de que se nos está pasando algo por alto-. Me respondió Johan.
-¡Eh….detente Johan! Nos hemos jugado la vida, y ahora te quieres aventurar en otra búsqueda de algo que no sabemos ni dónde esta, ni qué es. ¡Estás loco!Propongo que nos tomemos un descanso-.
-De acuerdo. Toma, esta es la dirección de mi casa-. Respondió.
-Ahí están mis hijos…y tu esposa-. Dije vacilando. Johan asintió.
-Podrás quedarte en mi casa hasta que encuentres trabajo. No hace falta que te apresures en buscar una vivienda-.
-Muchas gracias Johan, de verdad. Pero antes, tenemos que entregar la cura-.
-Es cierto. Y sabes lo que te digo, ¡después nos tomamos unas merecidas vacaciones!-.
-Perfecto-. Contesté yo.
Con cansancio, cogimos nuestras pertenencia,s y nos dirigimos a la parada de taxi que estaba cerca del aeropuerto. Teníamos que darle la cura al científico; pero luego ya íbamos a descansar. Supe que habíamos cumplido nuestra misión, pero desde luego, nos quedaba trabajo. Se nos escapaban algunas cosas, bueno, se nos siguen escapando.
“Cuando alguien desea algo, debe saber que corre riesgos; y por eso la vida vale la pena”
Paulo Coelho (1947)
Fin…o no del todo.