Daiquiris
Los disparos se repitieron una y otra vez, no había ni la más mínima duda, procedían todos del bar.
Y ante tal situación, me quedé por unos segundos sin respuesta. Me encontraba inmóvil en uno de los laterales del bar, mientras varias personas salían corriendo. Una parte de mi deseaba hacer lo mismo, pero era incapaz de llevarlo a cabo; el miedo se había impuesto a mi voluntad.
Sin embargo, en el momento en el que escuché aún más movimiento dentro del Floridita, mi cuerpo se decidió a actuar. Cogí aire, y entré lo más rápido que pude al sitio. Mi deber era investigar, y eso era precisamente lo que me iba a disponer a hacer.
Tan pronto como cruce el umbral de la puerta, me agazapé tras una mesa. Los disparos seguían, y para mi suerte ninguno venía desde dónde estaba yo. Traté de echar un rápido vistazo de la situación, pero volvieron a disparar, y yo me volví a poner a cubierto.
Los disparos eran intensos. Podía escuchar como iban viniendo cada uno de distintas puntas de la sala. Ante eso, lo único que podía hacer era seguir esperando debajo de la mesa. ¿En qué momento se me había ocurrido prescindir de la pistola?, pensé.
Súbitamente, me puse de cuclillas y eché un buen vistazo: en el centro del local estaban varios civiles como yo, agazapados también. A la derecha del todo, se encontraba un hombre con uniforme , a la izquierda, un hombre de barba -de mediana edad- de mal aspecto.
Para mi sorpresa, los disparos cesaron, y se escuchó una voz:
-Ya pueden salir, no hay problema-. Me levanté, y vi que el que hablaba era el hombre de uniforme. Él otro, estaba tumbado en el suelo. -Repito, ya pueden salir-.
Las personas empezaron a desalojar el recinto, pero yo me dispuse a quedarme, con el fin de sacar algo de información.
Cogí el móvil disimuladamente, y empecé a grabar todo lo que pude, hasta que alguien me agarró del hombro izquierdo.
-He dicho hace unos 5 minutos que ya pueden salir-. Era el hombre.
-Oh si, perdone. Solo que…estoy impresionado con lo sucedido-.
-Normal-.
-¿Es normal lo que acaba de pasar? No soy de aquí, y obviamente me ha extrañado. Pensaba que era un sitio muy tranquilo-. Comenté.
-En realidad lo ha sido, pero desde hace unos días… todo ha cambiado. He tenido que lidiar con tipos como este como unas 4 veces, ya-.
-¿Usted es…?-. Pregunté.
-Oscar. Soy el gerente de Floridita. El dueño es mi abuelo, y debo cubrirle las espaldas en cuanto a lo relacionado a los negocios. Es mayor, y que pase algo aquí…le afectaría seguro-. Oscar debía tener unos 35 años. Tenía pelo negro liso , la piel blanca, y debía de medir sobre 1,80 .
-Claro, imagino-.
-Y …¿usted es?-. Me preguntó.
-Steve-.
-Un momento, ¿por casualidad no serás tú Steve Watson?-. Me quedé atónito.
-¿Steve…?-. Pregunté haciéndome el confundido.
-Espere un momento-.
Oscar se dirigió a la barra con mucha prisa, y cogió algo que parecía un periódico. Me di cuenta que lo observó con atención, y me observó después de mi. Se quedó pensando por unos segundos, y volvió a donde estaba yo con el periódico en la mano.
-¡Eres tú! ¡Eres Steve Watson!-. Me gritó. Por su expresión deduje que estaba sorprendido.
-Sí, soy yo-. Reconocí.
-¡Tú salvaste a mucha gente hace unos años de una de las mayores epidemias que se recuerda en la faz de la Tierra!-. Comentó con admiración.
-Exageras Oscar. Realmente la vida me empujó a hacer eso, no era nada que deseaba. Créeme que después de lo que viví, no ha sido lo mejor que he hecho en mi vida-.
.¿Estás de broma? Hay pocos hombres como tú-.
-No lo creo, soy bastante normalito. Por cierto, ¿cómo te has enterado de que fui yo? Porque por lo que sé, no salí en la prensa. Bueno, en referencia a lo último que hice-.
-Es verdad. Pero de las noticias en las que saliste oficialmente, pude sacar algunas conclusiones. Y obviamente, cuando me enteré de que se había erradicado el virus, supe que estarías detrás de todo esto-.
-Vaya…-.
Iba a acabar la frase, pero unos policías irrumpieron en el local. Oscar señaló el cadáver, y estos se lo llevaron.
-Steve, voy a cerrar el local, pero nos podemos quedar a hablar. Además, siendo tú, seguro que me puedes aclarar algunas cosas-.
– De acuerdo-.
-Pasa a la pequeña habitación que está al lado de la barra, mientras yo cerraré todo-. Asentí.
Tras unos cinco minutos, Oscar y yo estábamos sentados alrededor de una pequeña mesa con un daiquiri cada uno. La sala era pequeña, y por lo que parecía, se trataba del lugar en el que Oscar administraba todo el negocio. Habían unas cuantas estanterías con archivadores, un calendario, una máquina con un bidón de agua, y varias tasas vacías. El olor a café impregnaba la sala.
-Bueno, ahora que estamos aquí… ¿qué te ha traído por este bar? Los superhéroes como tú, no ponen su vida a la ligera-. Me comentó con una sonrisa.
-Verás, el otro día escuché algo que me llamó la atención poderosamente sobre tu establecimiento, Oscar. De hecho, creo que tú sabes de lo que te estoy hablando-.
-¿La famosa charla, verdad?-.
-Exacto, contesté-.
-Todos los tipos que han venido aquí, me han preguntado sobre esta. Pero no sé a que se refieren-.
Por un segundo me puse a recordar todo lo que había podido escuchar, y una palabra consiguió destacar del resto: drogas. Eso era, era la palabra clave.
-¿Has escuchado alguna conversación sobre drogas recientemente? Imagino además, que tal cuestión no se puede hablar durante el día, así que la charla ha sido por la noche casi con total seguridad-.
-Veamos… pues ahora que lo dices, escuché algo de eso el lunes pasado. Eran sobre las 10 de la noche, y cuatro hombres se sentaron en la mesa de la esquina. Me pidieron unos daiquiris, y cuando los dejé en la mesa, me pareció escuchar “drogas”. Pero le quité importancia a lo que había escuchado. Al fin y al cabo, cada uno es libre de hablar sobre lo que quiere, ¿sabes?-.
-Pues esa es la charla, sin duda. ¿Hay alguna posibilidad de saber más acerca de esta?-.
Oscar se quedó pensativo durante unos segundos, bebió un sorbo de daiquiri y me contestó:
-Creo que una de las cámaras de seguridad del sitio se encuentra justo arriba de esa mesa. Con suerte, no habré borrado la grabación. Déjame un momento, debo consultarlo en los archivos-.
-Bien-.
Oscar se levantó enérgicamente, y se dirigió al escritorio de la pequeña sala. Cogió unos auriculares, y se puso a ver el material en cuestión. Recuerdo que estaba realmente concentrado, y la verdad que agradecí para mis adentros su genuina implicación.
Sin previo aviso, mientras estaba acabándome el cóctel que me había servido, se quitó los auriculares, y me dijo con seguridad:
-Ven, tengo algo que te interesa-.
Me puse de pie, y me acerqué a la computadora. Oscar me entregó en la mano los auriculares.
-Póntelos, y escucha-.
Tomé aire, y me los coloqué suavemente.
La imagen en pantalla era la de cuatro hombres entados alrededor de una mesa. Dos de ellos vestían de manera informal, y los otros dos de manera elegante. Estos dos últimos debían ser de la organización del Sr. Cooper.
Me puse recto en la silla, y traté de escuchar lo más que pude:
-Sé que han hallado lo que nosotros hemos estado buscado durante años. Y espero que colaboren otra vez con nosotros. Sobre todo, tras el cargamento de drogas que les entregamos la anterior vez-.
-¿A qué te refieres?-.
-A la Atlántida, no se hagan los tontos. Ustedes saben más que nadie de los secretos de la isla. Sé que uno de ustedes tiene grandes conocimientos informáticos, y ha podido acceder a bases de datos privadas-.
-Suponiendo que eso es verdad, ¿qué quieren?-. Preguntó un hombre con una gorra.
-Además, sé que la están saqueando. ¿Me equivoco?-. De pronto su compañero saca lo que parece ser una pistola.
-No se equivocan. Entonces, ¿qué quieren? Vuelvo a repetir-.
-Queremos la localización. A cambio les daremos una buena compensación en metálico. Y obviamente, se tienen que mantener apartados de la Atlántida en un buen tiempo-.
-Bien, pero exigimos dólares. Unos 40.000-.
-De acuerdo. ¿Cómo se supone que la encontramos?-.
-Diríjanse al mar, a las once de la noche aparece una luz en medio de la nada. Es ahí. Si me dan una hoja les puedo poner la localización-.
-Perfecto-.
El hombre de la camisa hawaiana escribió apresuradamente en una libreta de uno de los hombres con traje, y se terminó la reunión. Los cuatro se levantan.
-Así que eso es lo que la gente buscaba-. Balbuceé, mientras me sacaba los auriculares.
-Al parecer sí. ¿Tienes algún plan esta vez Steve?-.
-De momento no, pero se me puede ocurrir algo. Solo sé que esos tipos saben lo que quieren, y deben estar elaborando algo serio-.
-Sí, ya me imagino-. Comentó Oscar rápidamente. -¿Y no se te ha ocurrido tratar de dar con los familiares de esos hombres? No, de los de traje, sino de los otros dos-.
-Están muertos-. Respondí.
-¿Y no habrá salido su muerte en el periódico?-.
Mi corazón latió velozmente. Lo que dijo Oscar era brillante.
-Sí…¡supongo que sí! ¿Por casualidad no tendrás el periódico de ayer?-.
-Sí, sígueme-.
Oscar se tomó su daiquiri de un trago, y se dirigió a la estancia principal del bar. Yo le seguí obedientemente. Se detuvo sin previo aviso en una mesa.
-Lo tengo, aquí está. Y creo que se cuál es la noticia que te interesa…-.
Empezó a pasar las páginas raudamente, hasta que paró.
-Aquí la tienes-.
Me acerqué, y pude leer: “desaparecen Walter Sánchez y Leonardo Gil”.
-Gracias Oscar, de verdad. Me debo ir ya-.
-De nada Steve, espero que te luzcas esta vez también-.
Y de esta forma, concluyó mi primer día de recados en tierras cubanas. Pese a que parecía que iba a ser un día sencillo, no lo fue en absoluto. Esto solo fue el principio de todo lo que vino. Al fin y al cabo, solo fue un día de daiquiris.