Capítulo 11, Steve Watson- Versión Extendida

Camino al laboratorio

Para mi desgracia, los hombres del tren se me habían adelantado. Sigilosamente, corrí hasta ponerme detrás de un bus abandonado, para poder escuchar lo que estaban hablando.

Uno de ellos empezó a decir:

-¿Seguro que hay algo aquí?-.

-No seas tonto Lucas, la hoja indicaba que aquí estaba una parte de la contraseña-.

-¿No será mejor que vayamos al mercado para encontrar a Daniel?-.

-No lo sé, no estoy muy seguro de que seamos las únicas personas que estemos aquí-.

-¡Claro, están los infectados!-.

-Déjate de tonterías Lucas, sabes a lo que me refiero. Bueno, solo por esta vez te voy a hacer caso, más te vale que no nos roben la contraseña-.

Con cuidado de no ser visto,  asomé la cabeza, y vi, como los dos hombres se iban. Sin perder tiempo, salí de mi escondite y entré a la catedral.

La catedral estaba prácticamente destruida. Se notaba que aquellos tipos ya habían estado antes. Posiblemente eran saqueadores. Todos los bancos estaban tirados, y no había rastro de cosas de valor. Seguro las habían robado.

Al observar un poco más, me di cuenta de que lo único que se conservaba en buen estado, era el altar. Resultaba un poco cómica la presencia de un cáliz reluciente, en medio de todos esos escombros.

Por un momento pensé en  irme, pero vi algo debajo del cáliz. Era una hoja, ¡era la contraseña! Al cogerla, me puse a pensar que nada me había impedido cogerla, pero algo ocurrió.

De pronto, las puertas se abrieron violentamente de par en par,  y entraron un grupo de hombres. ¡Eran los saqueadores! Uno de ellos me gritó:

-¡Manos arriba!-. Sin dudarlo las levanté.

-¿Te acuerdas de quién soy?-. Me grito un hombre alto.

-La verdad es que no-.

-¡Yo fui el que te secuestró!-.

Estaba totalmente seguro de que me iban a pedir la contraseña.

-¿Bueno, esta vez no me mentir, no?-. Me dijo el hombre algo burlón.- ¡Dame la contraseña!-.

-Yo…no la tengo-.

-¡Mientes!-. Y me disparó. Al instante, me tiré detrás del altar evitando su disparo.

-¡Te he dicho que me la des!-. Me gritó.

-¡Nunca!-.

Rápidamente me levanté, y logré disparar a dos saqueadores, matándolos en el acto. Tuve suerte.  Pensé por un momento que podía escapar, pero al volver a levantarme, vi que había por lo menos ocho personas más. Por primera vez, me vi acorralado.

Sin embargo, algo que no había pensado en ningún momento ocurrió. La pared que tenía detrás de mi se derrumbó en pedazos. Mas bien, la derrumbaron en pedazos.

Por un momento, la catedral se llenó de polvo, hasta que, pude ver lo que había en vez de la pared. Era un jeep. Al fijarme un poco más, observé que el conductor era nada más ni nada menos, que el científico.

No daba crédito a lo que veía, ¿¡cómo podía ser el científico?! Antes de que pudiera pensar más, este me gritó que suba y le hice caso.

Uno de los saqueadores me chilló:

-¡No te vayas cabrón!-.

El científico aceleró rápidamente, y nos fuimos del lugar. A lo lejos se escuchó algún que otro disparo que no llegó a darnos. En pocos minutos ,ya estábamos cerca de la torre Eiffel. Sin avisarme nada, nos paramos en seco. Extrañado pregunté:

-¿Dónde está el laboratorio?-.

-Verás… ¡cuidado!-.

-¿¡Qué?!-.

Asustado giré la cabeza, y vi como unos infectados nos seguían.

El científico me gritó:

-¡A la de tres nos bajamos!, ¿entendido?-.

-Entendido-. Dijo asintiendo.

-Una…, dos… y… ¡tres!-. Los dos abrimos las puertas del vehículo lo más rápido que pudimos.

Una vez abajo, corrí tras el científico. No me atrevía a ver lo que tenía detrás, sabía que los infectados nos estaban persiguiendo. De cuando en cuando, podía escuchar algunas pisadas que no estaban muy lejos.

El científico se paró en una alcantarilla, abrió la tapa, y se metió dentro. El olor era horrible, pero le seguí sin rechistar. Bajé lo más rápido que pude. Estábamos en el desagüe de París.

-¡Vamos, no te pares!-. Me gritó.

Al principio no le entendí, pero empecé a escuchar pasos que se acercaban peligrosamente. El murmullo de agua moviéndose cada vez estaba más cerca.

Empecé a correr con todas mis fuerzas, pero no era suficiente, los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Velozmente, saqué mi pistola y disparé detrás de mí sin saber a donde apuntaba. La luz era muy tenue, para observar las cosas con claridad.

Tras unos cuantos minutos, los pasos dejaron de oírse. Seguramente los había matado. El científico se detuvo frente a una puerta de metal.

-¡Venga Steve, pon la contraseña!-.

Saqué los dos papeles. y puse en el teclado: 1423. La puerta se empezó a abrir lentamente. Justo en ese instante, volvimos a escuchar los pasos. El científico lo estaba pasando realmente mal.

Cuando la puerta se abrió, entramos sin pensarlo, y logramos divisar unos infectados que se aproximaban. La puerta se cerró. Por fin, estábamos a salvo. El científico se sacó la chaqueta, y me dijo:

-Steve, al fin puedo hablar contigo-.

-Al parecer si-.

-Bueno, voy a cumplir…-.

-Espera un momento, ¿cómo sabías que yo estaba en la catedral?-. Pregunté extrañado.

-Ah…es que el teléfono que te encontraste…me aseguré de tenerlo localizado. Mi intención es que lo tuviera la alcaldesa. Así podía controlarle sus movimientos-.

-Tiene sentido. Bueno, supongo que ya ahora me darás la cura-.

-Claro. Te voy a mostrar cómo curar a los infectados-.

Despacio, el científico abrió una puerta que teníamos delante y lo que vi fue espectacular. Antes de seguir con la historia, me gustaría resaltar que el laboratorio tenía la forma de una «t», y estaba iluminado con unas luces verdes de lo más extrañas.

Bueno, siguiendo con lo ocurrido, abrió una puerta que daba a una estancia. Era una habitación blanca que tenía pantallas gigantes, estanterías con libros, y algunas armas que yo no tenía ni idea de lo que eran. Pero algo destacaba sobre el resto, era un pequeño frasco con un líquido azul, ¡era la cura!

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