Capítulo 7, Steve Watson 2

A un capítulo de la acción

Al cabo de un rato de lectura, me quedé totalmente dormido. No quise que pasara en absoluto, pero ocurrió. Imagino que fue una manera involuntaria de relajarme: sabía a la perfección lo que se me venía encima después del viaje en avión.

Lo siguiente que recuerdo son unos gritos de Johan:

-¡Despierta, despierta! ¡Ya hemos llegado!-. Sus brazos se posaron sobre mis hombros y me remeció bruscamente.

-¿Qué? ¿Ya? ¿Ya estamos en Cuba?-. Pregunté antes de dar un bostezo.

-Sí, estamos ya. ¡No seas perezoso! ¡Vamos!-. Me espetó, y se fue caminando por el pasillo velozmente.

Me puse recto en el asiento, me arreglé el pelo con las dos manos como pude, y me quité el cinturón. Me levanté de un brinco, y recorrí el pasillo en busca de la salida lo más rápido posible. A unos metros de donde estaba, se encontraba Alex. Aceleré el paso para dar con él, y pude alcanzarle justo antes de salir.

-¡Alex! Espera un segundo-. El chico se dio la vuelta.

-¡Ah, hola! Vamos, hay que darse prisa. Tenemos que recoger las maletas-.

-¿Sabes a dónde hay que ir exactamente?-.

-Sí, Johan me lo ha dicho antes. Te lo quería explicar a ti también…pero hemos comprobado que eres de sueño profundo-. Dejó escapar el chiquillo una risita.

Alex empezó a andar por delante de mi abriéndose paso entre la muchedumbre con el propósito de dar con Johan, hasta que se detuvo en seco frente a una tienda de souvenirs. Más rápido de lo que pensé, estábamos todos reunidos: Johan, Alex obviamente, Katia, Lucía, Daniel y yo.

Johan señaló una sala, y en el acto todos nos dirigimos hacia ella. Una vez cruzamos las paredes de cristales, observamos que varios empleados del aeropuerto estaban devolviendo maletas. Todos los de nuestro pequeño equipo nos acercamos a los trabajadores, y en cuestión de cinco minutos teníamos nuestras pertenencias otra vez.

Sin perder tiempo, empezamos con nuestro camino hacia la salida. ¿Ocurrió algo? No. ¿Fue curioso? Tal vez. La imagen de un grupo de adultos con maletas de colores llamativos, y un chico de unos dieciséis años con un mono de peluche agarrado al cuello no es de lo más común en este mundo. Es por eso, que percibí que robamos algunas miradas por parte de varios transeúntes.

Cuando conseguimos por fin salir, Daniel y Katia pidieron dos taxis. Para mi sorpresa llegaron bastante rápido, y tocó dividirnos en dos grupos para entrar en los vehículos. Johan, Alex y yo, fuimos en el mismo.

-¿Hacia dónde van caballeros?-. Preguntó el taxista.

-Espere un momento…-. Johan buscó algo apresuradamente en el pantalón, hasta que sacó una tarjeta. -Queremos ir a esta dirección-. Le entregó la tarjeta.

-De acuerdo. Son 26 Pesos-.

Johan asintió, y volvió a buscar en uno de sus bolsillos. Sacó la cantidad pedida, y se la dio en la mano. El taxista sonrío, y puso la radio.

Media hora más tarde, el taxista dijo:

-Ya estamos. Pueden bajar-.

Los tres bajamos del vehículo rápidamente y cogimos nuestras cosas. El taxista se despidió efusivamente de nosotros y nos deseó una estancia placentera.

-Nos encontramos en la Habana vieja. Si se dan la vuelta verán el sitio en el que vamos a estar estos días-. Alex y yo giramos inmediatamente.

Ante mis ojos, tenía una casa bastante antigua de un color azul claro, que no desentonaba de las casas vecinas de colores pálidos. La puerta era de madera y tenía interesantes acabados, pero su poco uso estaba presente en lo descuidada que estaba la fachada en líneas generales. La casa era estrecha, y poseía dos ventanas. Una situada a nivel de la calle, y otra en el piso superior. Ambas dos, en mal estado.

-¿Esto es un poco… mierda, verdad?-. Dijo Alex con naturalidad. Johan y yo nos reímos.

-El chico ha dicho la verdad-. Agregué.

-Puede ser, pero nos va a servir como anillo al dedo para no levantar sospechas. Esta casa es una de las tantas propiedades que tiene Daniel. Pero acabamos de comprobar que no ha estado por aquí en un largo tiempo. Hablando de él, ya deben estar dentro-.

Avancé hacia la puerta, y toqué el timbre. Daniel nos abrió al instante.

-Pasen, ya estamos todos reunidos-.

Los tres cruzamos el umbral de la puerta, y nos dejamos caer en unos sofás situados en lo que parecía ser la sala de estar. La estancia era pequeña, y contaba con cuatro sofás colocados en círculo. En medio de estos; una mesa con una lámpara y unos cuantos papeles.

Esta vez, fue Daniel el que se decidió a hablar:

-Por fin ya estamos todos…donde debíamos estar…-. Todos los presentes nos miramos. -Los días que van a venir a continuación van a ser muy agotadores, y no tenemos total certeza de que vayan a salir las cosas de acuerdo a lo planeado…por eso, sugiero que aprovechemos esta noche para dormir de la manera más relajada posible-. Todos asentimos.

-¿Mañana empieza la acción?-. Pregunté.

-Sí, pero hay distintas misiones para cada uno. Steve, tu mañana tendrás la tarea más tranquila. No te preocupes-. Recuerdo que en ese momento, me sentí muy afortunado.

-Espero que sea verdad-. Respondí.

-¿Entonces vamos ya a dormir, no?-. Preguntó Katia.

-Exacto. Las habitaciones están arriba. Hay una para cada uno, aunque como podrán sospechar no son muy grandes-. Se disculpó Daniel.

-Mientras haya un lugar para cargar cosas, me sirve-. Dijo Alex con el smartphone en la mano.

Daniel se levantó, y todos le seguimos. Primero anduvimos por un estrecho pasillo, hasta que llegamos a unas escaleras de madera. Poco a poco fuimos subiéndolas uno detrás de otro, hasta que llegamos al segundo piso.

El segundo piso básicamente estaba compuesto por un pasillo muy largo, con habitaciones a ambos lados de este. Daniel nos fue indicando cuál le pertenecía a cada uno. En mi caso, creo recordar que me tocó la habitación que se situaba al fondo del todo.

Abrí la vieja puerta de madera, dejé la maleta en el suelo, la abrí, me puse el pijama, y me dejé caer en la cama. Tumbado, observé con curiosidad la estancia.

La habitación no era muy grande, aunque si tenía todo lo que un dormitorio debe tener. Las paredes blancas destacaban los muebles que había: un armario, un escritorio, y una estantería. En las paredes también había enormes carteles que hacían referencia a música: Joy Division, Hunger, Wallows, Michael Jackson; se podía leer en estos.

Tras observar los carteles, se me ocurrió asomarme a la pequeña ventana que tenía justo al lado de la cama. La abrí con cuidado, y me puse a observar la calle. En un principio no vi nada raro, hasta que divisé a dos hombres que estaban frente a la casa. No llevaba gafas, lo que me impidió ver con claridad la escena.

Parecía que estaban discutiendo airadamente. Es por eso, que traté de escuchar lo máximo posible.

-Ya te dije que no era buena idea negociar con ellos. ¡Nunca nos van a pagar!-.

-¿Y cómo se suponía que iba a saber eso?-.

-¿Nos dieron algo hace unos meses cuando les ayudé en el museo?-.

-No al momento, pero nos dieron unos cuantos kilos de droga para sacar dinero-.

-Es lo mínimo que podían hacer. Pero esta vez… Lo que les dijimos en Floridita valía oro. Oro, ¿lo entiendes?-.

De pronto, se escuchó un silbido en el aire, y los dos cayeron al suelo. Antes de que pudiera asimilar lo ocurrido, vino una pequeña camioneta de la que bajaron unos hombres, y se llevaron los cadáveres.

Corrí a la maleta a coger las gafas, pero cuando volví a la ventana ya era demasiado tarde; no había ni rastro de lo sucedido. Deben de haber sido ellos, pensé. ¿Pero a qué clase de negocios se referían los desconocidos? ¿Y qué clase de información podía ser tan valiosa? Antes de que me pusiera a pensar más, me volví a tumbar en la cama y me quedé dormido.

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