Nos encontramos en una avenida principal de nuestra ciudad. Son las 8 de la noche. Los coches se mueven de un lado a otro de la calle, mientras nosotros tratamos de encontrar la mejor manera de pasar a la calle que tenemos delante. Queremos seguir ‘aprovechando’ el día, exprimiéndolo hasta la última miserable gota.
En nuestra cabeza están ocurriendo muchas cosas a la vez, de manera simultánea : estamos pensando en cómo no ser atropellados, en las obligaciones que tenemos que hacer cuando lleguemos a casa, en lo que vamos a cenar, en lo que hemos vivido durante la tarde, en lo que hemos podido mejorar en el trabajo, en lo que nos ha dicho él o ella, en lo que va a ocurrir mañana… Pero, ¿qué hay de nosotros? De nuestro ‘yo’ interior. ¿Acaso nos hemos abandonando a nosotros mismos?
Hay cosas que se nos pasan a la cabeza, pero de seguro que una simple pregunta del estilo, ‘¿cómo estoy?’ no se nos ocurre en absoluto.
Seguimos nuestro camino, llegamos a casa y hacemos todo lo que presuponemos que ha de hacerse. Pero, ¿y nosotros? No, no queremos darnos ni un momento, en absoluto. Recordamos el capítulo en el que nos hemos quedado en la serie de Fox y le damos al play.
Y es normal; pues siempre conocer a alguien es un rollo , una situación sumamente ajetreada para una persona del siglo XXI. Y es que no hay placer más reconfortante que conocer a todos, y no conocerte a uno mismo. Ser tu perfecto desconocido es una fantasía para muchos, pero permíteme que discrepe.