Capítulo 5 (II) , Steve Watson- Versión Extendida

Si por algo se caracterizaba el local, era por sus amplios baños. Por eso, los tenía que inspeccionar con mucho cuidado, más si cabe después de aquel extraño sonido. Cautelosamente abrí la puerta del baño y observé el pasillo con los urinarios. No había nada

Solo me quedaban los cubículos, posiblemente lo que más miedo me daba. Todo me pareció normal, hasta que al abrir uno, encontré a un hombre muerto. Tenía grandes heridas.

De pronto sentí unas pisadas detrás de mí, ¡estaba muerto! Sin pensarlo, me di media vuelta,  pero no vi a nadie. A los pocos segundos, sentí un peso en la espalda que me hizo caer al suelo. Aterrorizado, levanté la cabeza y quede mirándome cara a cara con un infectado.

Velozmente, cogí mi pistola y le disparé en la cabeza, matándolo en el acto. Las personas habían huido por los infectados, estaba claro. Tenía que tener cuidado, porque cualquier herida que me hubiesen podido producir,  podría  ser mortal. Hubiese sido contagiado en el acto.

Guardé la pistola en mi bolsillo, y velozmente subí las escaleras al encuentro de mis hijos. Les hice una seña para que nos fuésemos del bar. Paul divisó un supermercado, y nos sugirió que podíamos coger comida.

La mayor parte de la tienda estaba sin productos, algo lógico ya que la gente también habría cogido suministros para sobrevivir. Nos tuvimos que conformar con algunas botellas de agua y unas latas de atún.

Después de nuestra breve parada para comer, seguimos nuestro camino hasta que divisé una sombra de una persona en la ventana de una casa próxima. Por fin teníamos la oportunidad de poder hablar con otra persona desde la huída. Para asegurarme que no era una trampa, tiré un ladrillo a la ventana y al romperse, observé que se trataba de un peluche. ¿Quién sabe? Quizás fue una trampa con anterioridad.

Tras esa gran desilusión, Susan nos señaló una furgoneta que estaba abierta de par en par,y rápidamente la cogimos, esto nos iba a agilizar el trayecto a Hannover. Tranquilamente empecé a conducir mientras mis hijos jugaban cartas, pero algo empezó a vibrar debajo de mi mochila.

¡Era un móvil! Podía ser algo importante, así que contesté a la llamada:

-Hola-. Dijo el desconocido.

-Hola-. Le respondí.

-Pensaba que me iba a contestar la alcaldesa… ¿quién es usted?-. Dijo el hombre con curiosidad.

-Soy Steve Watson-. Dije algo extrañado.

-Creo que me puedes ayudar…Verás, soy un científico que tengo la cura a la enfermedad, me encantaría dártela para que ayudes a las personas, pero por motivos de seguridad… no puedo. Así que busca a la alcaldesa de Dusseldorf ,y esta te dirá mi paradero-.

– Un momento…-. Pero se colgó la misteriosa llamada.

Como me imaginé, había llamado desde un número privado. No le podía preguntar nada hasta que llamase. De tener la cura, los infectados no serían una gran amenaza. Dejé el móvil en el asiento, y pisé el acelerador. Nuestra siguiente parada iba a ser Dusseldorf, me tuve que olvidar de parar en Hannover.

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